
Credo que establece la doctrina de la Trinidad y la divinidad de Cristo
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Y en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
El Credo de Nicea fue formulado en el Primer Concilio Ecuménico de Nicea (325 d.C.) en respuesta a la herejía arriana. Arrio, un presbítero de Alejandría, enseñaba que Cristo era una criatura creada por Dios, no Dios mismo. Esta enseñanza amenazaba la doctrina fundamental de la salvación cristiana.
El emperador Constantino convocó el concilio para resolver esta controversia teológica. Más de 300 obispos de todo el imperio romano se reunieron para definir la fe ortodoxa sobre la naturaleza de Cristo.
El credo fue diseñado específicamente para refutar las enseñanzas de Arrio:
El Credo de Nicea fue ampliado en el Concilio de Constantinopla (381 d.C.) para incluir una sección más detallada sobre el Espíritu Santo, respondiendo a las controversias sobre la divinidad del Espíritu Santo. Esta versión ampliada es la que conocemos hoy como "Credo Niceno-Constantinopolitano".
El credo establece claramente la doctrina de la Trinidad: un solo Dios en tres personas distintas pero iguales en naturaleza y gloria.
Afirma que Jesucristo es verdaderamente Dios, no una criatura superior o un ser intermedio entre Dios y el hombre.
Confirma que el Hijo eterno de Dios se hizo verdaderamente hombre para nuestra salvación.
Define las características esenciales de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
La doctrina de la divinidad de Cristo es fundamental para la salvación cristiana:
En la actualidad, el Credo de Nicea sigue siendo relevante porque:
"Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Colosenses 2:9).